Pasar al contenido principal

ni de aqui

Ni de aquí, ni de allá

Estando en África, caminé muchas veces descalzo, nadé desnudo en los ríos, abracé por largo tiempo al vigoroso baobab y comí cuanto alimento o bebida tradicional me ofrecieron; la razón,  quería que  mis sentires se impregnaran de la tierra origen. Pero luego, estuve rodeado de continuos hermanos que ofrecían variadas  clases  de suvenires al identificarme, como un turista más. Nunca, ni un solo africano llego a referirse a mi como si fuese uno de ellos, o de alguno de los cincuenta y cuatro países  del continente y mucho menos me especuló como un colombiano…un afrocolombiano. Pensé entonces en los blancos mestizos, si tendrían el mismo sentir cuando llegan a la que consideran  su matriz de origen, la catalogada madre patria española. Les pregunté, sin confesarles ese  “no sé qué”  que mi corazón sintió; y al parecer fue más traumático aún al enfrentar xenofobia. 

Ni de aquí, ni de allá


Retomé entonces las representaciones sociales que hacemos, aquellas que direccionan nuestras relaciones,  discursos y diálogos interculturales;  para encontrar que,  al ser elaboraciones propias,  es  propio el campo para fortalecerlas o transformarlas, y es oportuna la decisión de armonizarse al contexto, apoyado de convicciones internas que se flexibilizan para el buen vivir con el  agreste ambiente social que se comparte. O sea que podemos incidirse en la soberanía de las representaciones, emanciparse ante ellas, así nuestra vida esté con guías escritas desde la familia, escuela y entorno. Decidir tus propias representaciones, apropiándose de lo experimentado aquí o allá, te hacen micro y macro,  local y universal; porque poderoso es, el pensamiento que te hace autorreconoció,  más que reconocido. 

Nací en Antioquia y pasaba vacaciones en el Chocó en la finca de mi abuelo nadando en el rio Munguidó, me gusta el queso frito sobre una arepa, necesito comer de vez en cuando una bandeja paisa completa, pero mi plato preferido es la sopa de queso; el clima de Medellín  no lo cambio, pero estar sentado en el Malecón mirando el reflejo de un atardecer chocoano en el rio Atrato,  reconforta y  hace poderosa mi alma;  el único café que tomo lo hace mi mamá paisa, el mejor jugo de borojó lo he tomado dónde mi tía Chana en el Puente García Gómez;  sigo tratando de aprender a comer pescado como mi papá chocoano (él come un pedazo entero y les saca las espinas por un ladito de su boca); me deleito con un patacón de banano o un pedazo de chontaduro tanto como ....; cuando me acuesto,  me siento abrazado si las paredes de la habitación son de tabla;  me gusta mirar las montañas tanto como la selva, un buen desayuno es plátano cocido con bocachico, un buen algo es la mazamorra paisa pero con panela chocoana.  ¡Ay manito!, me hace alegre ver bailar paisas campesinos,  pero me pongo a bailar si escucho una chirimía, vibro con el fútbol paisa pero mi jugador preferido es Jackson; me habita la interculturalidad, me abraza la fortaleza paisa, me engrandece la ancestralidad afro.

Lo mejor es que en mi familia hay afros, mestizos e indígenas y sigo acercándome a los Gitanos y Raizales; porque de allí también debo rescatar mis esencias, mis representaciones.