Perlas de sudor y lágrimas
Resumen
En lo profundo de las aguas que bañaban el antiguo Magdalena Grande, aguardaban los amplios ostrales que, en silencio atesoraban entre sí, las perlas. Desde la llegada de los primeros colonos al continente americano, en especial a Venezuela y Colombia, el descubrimiento de las esferas de nácar fue el aliciente para poner en marcha la máquina de sometimiento europeo. En un chispazo nuestros ancestros pasaron de portar ornamentaciones de perlas a tener grilletes en el cuello. La fortuna que por designios de la naturaleza surgió en las barbas de sus territorios fue, paradójicamente, la carta blanca bajo la cual los saqueadores de lo ajeno se apoderaron de las riquezas.
Formación de una perla
Amén de ofrecer un breve contexto que introduzca la discusión, es perentorio hacer un pequeño paréntesis en el proceso de formación de las perlas de modo que quede claro como aquellas esferas de nácar salen a la superficie.
A priori, se debe señalar que las ostras que moran en las profundidades del inmenso mar, misteriosas y poco llamativas, guardan dentro de sí una perla; o bueno, es una afirmación que es preciso matizarla. La formación de las joyas de modo natural es un proceso impredecible. A saber, los moluscos poseen una fuerte concha que los protege de las vicisitudes que alberga el océano, impenetrables y fuertes, así lucen sus escudos. Sin embargo, el infortunio de los seres marinos es motivo de alegría para los humanos. Las ostras no producen perlas, segregan sustancias para proteger sus órganos internos cuando un cuerpo extraño penetra en su interior. Un grano de arena que irrumpe en el molusco se convierte paulatinamente, cual metamorfosis, en la buscada gema.
Por otra parte, la tecnología no ha escatimado en desarrollar un método de maximización de la producción de perlas que deslinde el factor aleatorio. De modo que, en la actualidad, existen granjas perleras en el golfo pérsico y cerca a japón. En una alegoría a la fecundación in vitro, se introduce controladamente un cuerpo extraño en las ostras que lleve a desarrollar la joya. El misticismo que suponía abrir una concha con la esperanza de encontrar el preciado objeto solo puede ser comparado con quién pacientemente busca un tesoro.
Ahora bien, los relatos de ostrales en las aguas del litoral caribe datan del periodo de la colonia, durante el tercer viaje de Colón a América, los españoles se sorprendieron al observar en las costas de Cubagua, islote venezolano, a nativos en canoas que se sumergían en las cristalinas aguas durante minutos y salían a flote con ostras que subían a la embarcación.
Podemos imaginar por igual la escena y el asombro de los navegantes. Aquellos nativos desnudos de las costas del mundo nuevo estaban adornados de perlas. En los brazos, en las piernas, en los cuellos, mujeres y varones llevaban largas sartas de perlas, y era eso lo que extraían de las paredes sumergidas de la isla y de las praderas marinas (Ospina p.23) Más temprano que tarde, los europeos se apoderaron de la extradición de perlas. Sometieron a sangre y fuego a los nativos y la pesquería perlera se convirtió en un lucrativo negocio. En Toledo la opulencia era compartida, las calles adornadas con vistosas ornamentaciones mientras la danza de los contratos por las perlas crecía. Desde luego, lo que otrora era una práctica artesanal se vio mermada por las obligaciones contractuales: los nativos debían cumplir con una cuota de perlas. Esto influyó grandemente en la decadencia del negocio y la animadversión hacia los colonos.
Perlas de sudor y lágrimas
Paradójicamente, la naturaleza lanzó un grito de guerra no declarado y arrasó con la ciudad de Nueva Cádiz, asentamiento establecido en las costas de Cabagua, para la extracción de perlas, con un maremoto. Por consiguiente, el islote fue abandonado y solo quedó el fantasma de la avaricia europea pululando entre la debacle.
Traslado a Colombia
Ahora bien, lo que el agua se llevó fueron infraestructuras y vidas... pero no el hambre de dinero. Posterior al desastre de Nueva Cádiz, los colonos canoeros, quienes poseían las embarcaciones para la pesca de perlas, se trasladaron a El Cabo de la Vela alimentados por los rumores de posibles ostrales. Los indicios no eran equívocos. Fue allí donde se inició el primer asentamiento español llamado “Ranchería de perlas de nuestra señora santa maría de los remedios Es menester acotar que en un principio las rancherías se constituían como zona de extracción perlera, no de asentamiento.
Las capitales administrativas eran Margarita y Cabagua; no obstante, la distancias entre el cabo y las ciudades antes mencionadas convirtieron a la ranchería colombiana en un asentamiento permanente (Barrera Monroy).
Cual metrónomo, la pesquería quedaba en manos de los indígenas. Los guajiros eran los buzos por excelencia, desde muy temprana edad se formaban en el arte de descender como peces a las profundidades, lo que les permitía alcanzar a los nutridos ostrales. No obstante, el incremento de la demanda de perlas requería cada vez más de hombres de mar que las recolectaran. A causa de la extinción rápida de las reservas de ostrales, alcanzar las cuotas exigidas por lo colonos se hizo más difícil.
Empero, la supremacía indígena fue precedida por el protagonismo negro. Las draconiana faena pesquera que se cimentaba en la tortura indígena hizo descender la demografía poblacional de esta comunidad, de modo que los colonos introjueron cuerpos afro a la extracción de perlas; angolenses, guinenses, eran algunos de los gentilicios que aparecieronn en el Caribe.
Sin embargo la crueldad se mantuvo. La bonanza perlera supuso para los colonos la firma de contratos que establecían cuotas de exportación de perlas. Pero, tal como se explicó al inicio, la formación de una perla de modo natural es un proceso impredecible, no hay garantía de encontrarlas. Poco les importó a los cancerberos.
Luchas silentes.
No obstante, si existe algo positivo a rescatar entre la infame situación de nuestros ancestros era su tesón. No se rindieron y eso muestra que aunque sus cuerpos cargaran pesadas cadenas, su valor se mantuvo intacto. Negros e indígenas desde su lugar de sumisión elaboraban formas de protesta invisible. Uno de los mecanismos más comunes de inconformismo era el robo de perlas. Al culminar el día de trabajo, los canoeros dirigían a los buzos a la orilla de la playa donde al unísono abrían las ostras. Entre las tanto, y ante cualquier descuido de sus cancerberos, los buzos aprovechaban para robar la “Cacona”, la perla de mayor valor, por su tamaño y oriente para venderla clandestinamente.
Aunque, paradójicamente, el acto de hurtar la cacona como emblema de reclamación silente no cortaba de tajo los tentáculos de la hidra extraccionista; en las sombras los europeos intercambiaban aquellas perlas no oficiales con los rebeldes a cambio de sombreros, vino o zapatos. Así, se aseguraban de tener fisuras en su cadena de producción. (Navarrete, 2003) Sin embargo, esta no fue la única vía de rechazo a la industria perlera. Los buzos a menudo mientras se sumergían en las aguas del rio de la hacha, o río de perlas, manifestaban no encontrar ostrales, aunque los hubiese, o simplemente se negaban Perlas de sudor y lágrimas a extraer las gemas marinas. Como respuesta, los españoles endurecieron su accionar y los abofeteaban o azotaban con látigos.
Otras rebeliones se decantaron por la violencia tal cual relata (Navarrete, 2003)
En 1572, el gobernador don Luis de Rojas tuvo que hacer frente a treinta y cuatro esclavos negros que se rebelaron en el Río de la Hacha. Como el gobernador estaba atendiendo sublevaciones de indígenas, le ordenó a Juan de Sárida salir con un grupo de gente para retornarlos a sus propietarios. Unos años más tarde, esclavos negros del mariscal Miguel de Castellanos se rebelaron contra los excesos del trabajo esclavo En este caso, fue el gobernador Lope de Orozco quien envió a uno de sus capitanes con sesenta hombres para hacerles frente.
Caída de los perleros
Como un boomerang, el destino que vivió Nueva Cádiz se reflejó en el cabo de la vela. Sin embargo, no fue la naturaleza la encargada de derribar el castillo de barro de la industria perlera sino sus propias condiciones operativas. Se debe anotar que la suntuosidad de las perlas contrastaba con la realidad de las zonas extractivas; hambre, maltrato físico y laboral eran aspectos endémicos del negocio. Aunado a lo anterior, la sobreexplotación de las ostrales repercutió en la complejización
de obtenerlas, con el paso del tiempo las ostras se encontraban más y más profundo por lo que muchos buzos, atendiendo a su configuración anatómica de mamíferos, morían a falta por falta de aire para llegar a la superficie o por estallido de los pulmones a causa de la presión.
Sumado a esto, es preciso mencionar que, en ocasiones, la piratería asomaba sus fauces en estas zonas. El deseo de apoderarse de las joyas suscitaba conflictos permanentes que requirieron la implementación de un traslado rápido de las perlas a sitios de mayor seguridad una vez estas eran extraídas. Cuentan algunos que esclavizados confabulaban contra los canoeros con los corsarios, otorgándoles información confidencial que ayudaba a los filibusteros a robar el botín. Negros e indígenas nunca se doblegaron.
Así, disminuyó gradualmente la industria hasta que solo hubo cenizas.
Hoy, Santa Marta es conocida como la perla de América, adjetivo que la enaltece como un lugar cautivador y ameno, en el cual no se sabe su verdadero valor hasta que se visita, haciendo una analogía con las ostras. Conocer la singularidad de aquel seudónimo que hace referencia a hombres obligados a descender a lo profundo del mar en búsqueda de perlas, es fundamental para no cercenar nuestras raíces. Somos hijos de perleros que heroicamente lucharon en lo secreto y en lo público por su libertad.
Bibliografía
- Barrera Monroy, E. (2002). Los esclavos de las perlas: voces y rostros indígenas en la Granjería de Perlas del Cabo de la Vela (1540-1570).
- Curvelo, W. G. El traslado de Nuestra Señora De Los Remedios del Cabo de la Vela al Río de la Hacha (1544-1545).
- Navarrete, M. C. (2003). LA GRANJERÍA* DE LAS PERLAS DEL RÍO DE LA HACHA: REBELIÓN Y RESISTENCIA ESCLAVA (1570-1615). Historia Caribe, 3(8).
- La Perla de la América, P. (1787). de Santa Marta, reconocida, observada y expuesta en discursos históricos.
- Ospina, W. (1999). Las auroras de sangre: Juan de Castellanos y el descubrimiento poético de América. Editorial Norma.