El boga: remos silentes entre un aguas agitadas
Hace pensar en los sábados
trémulos de ron y de juerga,
en que tiraba su grito
como una atarraya abierta.
Velorio de una boga adolescente, Jorge Artel
El transporte fluvial a vapor a través del río Magdalena fue aprobado en lo corrido del siglo XVII. Con ello, se abrió la venta al tráfico masivo de mercancías por el cuerpo de agua. Sin embargo, mucho antes de este suceso, negros e indígenas se constituían como los reyes de la navegación en esta zona del caribe, la principal arteria comercial de ese entonces: los bogas.
Sus saberes, historia y legado se encuentran consignados en este artículo que intenta cumplir con la deuda pretérita de su no reconocimiento.
Decir que la historia de Colombia está plagada de vicisitudes y accionar hiper individual sería caer en un lugar común. La búsqueda de maximizar rentas es hilo conductor en las diferentes etapas del país; desde los primeros colonos que, por medio de la encomienda, implementaron un sistema de trabajo draconiano amén de engordar los bolsillos de criollos y españoles; pasando por la implementación del régimen esclavista. Y es aquí, en la esclavitud, donde deseo detenerme. No obstante, lejos de encauzarme en la trillada senda de la martirizante vida del esclavizado, propongo un giro de tuerca: visibilizar el papel del negro en el equilibrio económico, social y político en este periodo.
A fin de seguir acortando el círculo, sitúo el escrito en lo siguiente: el rol de los bogas en la movilidad fluvial y conexión entre distintas regiones del país en el siglo XVIII
Negro. Por supuesto que un boga era un negro. Fornido. La musculatura y tenacidad eran aspectos imprescindibles para su labor, no podría pensarse a estos hombres si confeccionar la imagen mental de lo que Manuel María Madiedo llamó “Hércules de Bronce”. Dejando la antonomasia de lado, habría que mencionar que este pseudónimo proviene de una embarcación utilizada para el transporte marítimo. Piraguas, chalupas y bogas eran los vehículos que bautizaron al negro que los utilizaba para cruzar las feroces aguas del Magdalena, de estos proviene su nombre.
Lo mágico
El boga era un hombre creyente, aunque no de biblia o Corán. Su cosmovisión denota una simbiosis entre el catolicismo y las supersticiones populares. Los espíritus que, bajo su óptica, habitaban las espesas selvas y las ocres aguas del Magdalena eran parte de sus preocupaciones; El mohan o la patasola eran algunos entes fantasmagóricos que rondaban en su mapa mental Por ello, a modo de defensa el boga cargaba en su cuello amuletos diseñados con pieles, huesos o colmillos de animales del trópico.
Por otro lado, acompañaban sus creencias con cantos y relatos. Una remada, un quejido, o sonido articulado, depende de cómo se aborde porque entre las bitácoras que hoy reposan de ese periodo, se entrevé la multiplicidad de versiones acerca de las exclamaciones de los bogas; existen quienes las percibieron como gritos desesperados mientras que otro grupo los concibió como cantos armónicos que reflejaban la alegría de aquellos hombres.
La valentía
Desde luego, el trabajo de un boga no era solamente físico sino de sapiencia. Transitar entre las furiosas aguas del Magdalena, en un periodo de desconocimiento geográfico ampliamente compartido, requería de una cognición de dónde se encontraban los remolinos, las zonas rocosas o pantanos que pudieran detener el curso de la embarcación.
Cabe recordar que, lejos de lo que podría pensarse, la boga era parte fundamental del mantenimiento de la sociedad colonial. Las mercancías, recursos y personas debían transportarse mediante una boga o chalupa; carreteras, aviones o navegación a vapor no existían.
Fuera del paréntesis anterior, es menester mencionar que la fauna representaba también un peligro constante. Las luchas con cocodrilos o serpientes eran probables por lo que un boga necesitaba de estar dispuesto a proteger con uñas y dientes a su tripulación. Esto contrasta con el imaginario de irresponsables y poco entregados a su labor, costales que cargaban entre sus espaldas.
Navegación a vapor
En 1823, el Congreso de la República y el Vicepresidente Francisco de Paula Santander, otorgaron la licencia para operar el transporte fluvial con embarcaciones a vapor sobre el río Magdalena a Juan Bernado Elbers. De esta manera se monopolizó hasta 1829 este servicio.
Sin embargo, el aire de progreso que traía consigo las máquinas a vapor fue eclipsado por un golpe de realidad suscitado por la inexperiencia de los capitanes para movilizarse por el cuerpo de agua caribeño. A menudo se encallaban o extraviaban entre los imponentes paisajes de esta parte del país.
El boga sobrevivió, lo salvaron las únicas dos cosas que le pertenecían: su fuerza e intelecto. Gracias a esto pudo mantenerse vigente por un tiempo más y no abandonó su influencia en la economía colombiana con la incursión de este tipo de navegación.
Una historia blanca
A pesar de la demostrada presencia e importancia de los bogas durante el siglo XVIII no es común encontrar su rastro entre las primeras páginas de historia nacional. El boga no es el equivalente a un lanchero de una época, sino más bien una metamorfosis entre cuentero, chamán y navegante. Su perfecta unión con las traicioneras aguas del Magdalena lo convirtieron en un hombre respetado.
No obstante, resulta llamativo que nunca el boga fue subordinado. Las borracheras, impuntualidad y trato dicharachero con los tripulantes de su nave reafirman su papel como hombre libre. Un boga andaba sin ataduras, no dependía de la corona ni era esclavo de un español, atrás dejó los grilletes para iniciar una vida aventurera y descomplicada. Un trago de aguardiente y una sonrisa eran parte de su carta de presentación.
Amén de reivindicar su rol en el equilibrio de Colombia durante un largo periodo, y en una venia a los saberes ancestrales que nos identifican como pueblo autónomo, redacto esta misiva a fin de que entendamos que la historia no solo se escribe con tinta blanca.
Bibliografía
- Bell Lemus, G. (1991). Diario de un viajero: travesía por la costa y el río Magdalena, 1846.
- Pradilla, R., & Del Pilar, M. (2011). Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en
el texto y en el contexto (Master's thesis, Bogotá-Uniandes).