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cultura robada

Trata- trasatlántica, la historia de la cultura robada

Durante el siglo XVII y XVIII, en periodos de filibusterismo y comercio triangular, la trata de esclavos emergió como una potente economía que impulsó el desarrollo de las grandes metrópolis a expensas del dolor de los esclavizados. Los barcos negreros zarpaban continuamente de los puertos africanos con millares de negros, los cuales se dedicarían a la extracción de materias primas en islas del Caribe o haciendas blancas.

En este artículo se abordará la trata trasatlántica, colocando especial énfasis en los efectos para con los negros y la contracara de bonanza para las arcas de las grandes potencias.

Comercio negrero

En los albores del siglo XVII, mientras el globo vivía un periodo de efervescencia política, religiosa y social, en el que destacan acontecimientos como la Paz de Westfalia o la muerte de Isabel I., las piezas del engranaje económico giraban entorno al nuevo continente descubierto, América. Los fértiles suelos y la abundancia de minerales catapultaron a este hemisferio como una meca de divisas que engrosaban las arcas de Europa.

Rápidamente, con la colonización europea inició un proceso de capitalismo avasallante que redujo significativamente la población aborigen en el continente, según Pearce (1992, p.26), al momento de la llegada de los colonos a América existía una población indígena superior a 30 millones sumando los territorios de Perú, México y Colombia; empero, al finalizar el siglo XVIII, la demografía sería reducida a poco más de 100.000 aborígenes.

De esta manera, se hizo necesaria la importación de mano de obra esclava para que laborara en las plantaciones de materias primas como azúcar o algodón.

Brazos negros araban los cultivos de caña de ázucar en el caribe luego de un viaje titánico a través de barcos negreros que surcaban el océano entre fieras olas y condiciones insalubres. Dentro de la embarcación, celdas con hierros corroídos por la salubridad y madera mojada albergaban a los esclavizados sustraídos del continente africano. Al respecto, con un ojo literario pero crítico, Barója relata:

Había terribles negreros, capitanes crueles y desalmados, con instintos sádicos, que no soloestibaban a los negros como si fueran fardos, sin dejarles sitio para moverse, y si morían los tiraban al mar para que sirvieran de pasto a los tiburones, sino que los martirizaban. Estos utilizaban la barra de justicia, una barra de hierro con grillos para los pies, y el collar que se conocía con el nombre francés de carcan (1929).

Tal como expresa el pasaje, la travesía interoceánica era, sin duda alguna, un redil cruel y amargo para los negros. El hedor a muerte adornaba la lúgubre escena del esclavismo. Hombres eran apetecidos por su musculatura y tenacidad para extraer las materias primas que luego serían exportadas a Europa, para impulsar un desarrollo ajeno moldeado al son de la codicia y explotación de los africanos.

Importante es la aclaración de que la diáspora abarca el proceso de migración forzada que sufrieron las poblaciones negras del continente africano. Empero, los esclavizados no constituían una sola identidad; habitantes de Angola, Guinea, Senegal, Sierra Leona, y demás países eran víctimas del tráfico humano. Por tanto, en los barcos negreros viajaron también una paleta de culturas, idiomas y cosmovisiones que impiden mencionar que la africanía es una sola.

Sin embargo, también es cierto, tal como señala Moya (2012, p. 322), que existía una predominancia para la trata de esclavizados en la costa de Angola, en especial a través de los puertos de Benguela, Cabianta y Luanda con presencia de poblaciones Ovimbundu, ambundu y bakongo.

Cerrado el paréntesis anterior, las potencias económicas del momento enarbolaban las banderas del esclavismo, lucrándose de las inmensas divisas que generaba la empresa de la trata. Verbigracia entre las cifras de trata de esclavos en Francia denotan que, el páis Galo se llegaron a transportar cerca de 17.000 esclavizados en el periodo de 1820-1825, con un epicentro de Nantes. Igualmente, Estados Unidos, luego de su germinación como república independiente tras la revolución de 1783 que acabó con el sistema de colonias inglesas en territorio americano, ingresaron de lleno a la globalidad de economía y, el sur del país se erigió como territorio de hacendados de ázucar y algodón con plataciones en el caribe y se cuenta que alcanzaron a transportar más de 177.000 mil negros (Morgan, 2017, p. 35).

Llegada a tierra y la mutilación de la identidad

Pero si la porfía suscitada por el comercio esclavista que arrancaba de tajo a los negros de su lugar de origen parece infame, es preciso mencionar que el círculo de tortura no culminaba con la llegada a puerto. Es más, se podría mencionar que la vida del esclavizado alcanzaba su punto de inflexión de vergüenza y desazón cuando llegaba la hora de la venta.

En plena plaza pública, ante la vista de transeúntes aristócratas y quienes preferían dirigir la mirada hacia otro lado, para no entrar en conflicto con sus epistemologías morales al ver la situación circense, se exhibía a los esclavizados. Como recuento de estas subastas humanas, Galeano (2017, p.109) cuenta que se vendían a los negros por dinero en efectivo o por pagarés a tres años.

Sin embargo, pese los martirizantes sucesos de la trata trasatlántica, la idiosincrasia negra se mantuvo firme y encontró en códigos musicales y la gestualidad, los derroteros perfectos para conservar su cultura. Mutaron porque fue la única manera de preservar vivo el pedacito de África que vino con ellos con el barco negrero.

Referencias bibliográficas

  • Baroja, P., (1929). Los pilotos de altura.
  • Galeano, E., (2017). Las venas abiertas de América Latina, México D.C., México: Siglo XXI editores.
  • Morgan, K., (2017). Cuatro siglos de esclavitud, Barcelona, España: Editorial Planeta
  • Moya, J., (2012). Migración africana y formación social en las Américas,1500-2000. Revista Indias, vol. LXXII, (255), 321-348.
  • Pearce, J., (1992). Colombia dentro del laberinto, Bogotá, Colombia: Altamir Ediciones Ltda.
Autor
Juan David Herrea